Todas íbamos a ser reinas

VON UND ZU LIECHTENSTEIN OYARZUN, es lo que dice el carnet de Miguel Ángel. Él no ha mentido en su nombre. Hizo el cambio de Pardo a ese otro, que consta arriba y de pronunciación imposible para mí, sin que parezca que estoy sufriendo un accidente cerebrovascular. El cambio lo hizo seguramente probando que era conocido por más de 5 años por su círculo familiar y social por ese otro nombre. Como lo hizo Florcita Motuda, que no nació así sino como Raúl Florcita. Padres creativos.

Miguel Ángel es abogado, y según consta en la página del Poder Judicial, lo es desde el año 2014. Hasta aquí llevamos dos grandes verdades.

Entonces podríamos decir que estamos ante un abogado que quizás “adorna demasiado la realidad”. Mansa novedad. Me dieran $100 por cada vez que un leguleyo empezó a hablar de los orígenes de su apellido, de la nobleza que en otros tiempos ostentó su familia, o que está emparentado con no sé quién, tendría para un par de kilos de paltas.

La diferencia con el nivel de mentira común de un ciudadano promedio, creo que está en lo llamativo de las mentiras de Miguel; con banderas del principiado de Liechtenstein en su departamento, yendo a clases de derecho con botas de equitación y poniendo una coqueta coronita en la esquina de la M de su página web. (Hoy esa coronita ya no existe)

Para personas como yo, que la marginalidad se nos escapa cada tres frases, me atrae la figura de quien puede mantener la apariencia por más de una conversación, sobre todo a ese nivel. ¿De qué se conversará entre aristócratas? ¿Por qué no puedo dejar de imaginármelos con monóculos y bourbon? ¿Funcionará mi anécdota de la vez que me pegué piojos después de dormirme en un bus interurbano? Capaz que sí, capaz fuera una historia pintoresca de princesa siglo 21. Pero no me duraría mucho, ¿Cómo puedes sostener el mismo personaje para varios, equilibrando los vacíos de la historia que cuentas a lo largo del tiempo?

Vivimos en una sociedad altamente clasista, sobre todo en profesiones donde la red de contactos y cuestiones de origen siguen teniendo relevancia. Además, el racismo existe. Y vemos cómo Miguel Ángel parece haberse teñido incluso el pelo. ¿Pero quién no? Un contexto un poco hipócrita debe ser mejor tierra de cultivo para este tipo de apariciones que uno más enfocado en el trabajo de la personas, digo yo.

Esta disyuntiva entre que nos reímos con él o queremos lanzarle una piedra por chanta, es bastante turbulento porque la mentira nos ha salvado a todos alguna vez; para evitar un reproche, para no hacer sentir mal a alguien, para disimular la edad (ay, vanidad), para hacernos ver un poco menos mal frente a los otros. Pero cuando te inventas una forma de vida completa, la patita del pie cruza la línea de la mentira y pasa a la mitomanía, donde según parece es más fácil mentir porque quienes lo hacen se creen sus propios cuentos.

Hasta donde se sabe no hay estafas, simplemente la creación de una cáscara de nobleza y dinero viejo, que le permitía pasearse en distintas fiestas, de las cuales él señala que jamas se ha “colado” a ninguna. Ven cómo se arranca la provincia entre las líneas solemnes de su comunicado a la opinión pública.

Recordé a Anna Anderson, quien afirmaba ser Anastasia Romanov, que había sobrevivido al fusilamiento y era la heredera de los zar de Rusia. No era la única, pero fue la que tuvo mayor notoriedad. Es fascinante el entretejido de las mentiras, sobre todo si pretendes reclamar un alto puesto. Porque el ser de la realeza significa que ya nunca más deberás probar quién eres a nadie, hay un nombre en tu acta que todo lo valida. Si trabajas será por gusto y el futuro siempre se verá promisorio, al menos en nuestros sueños.

Tanto esfuerzo por crear una apariencia me habla de una esperanza desesperada de que todo ese invento por arte de magia se llegue a materializar. Cual hada madrina, pero esas nunca han ayudado mucho a las que no somos princesas.


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